Como pasatiempo de verano, un grupo de amigos se juntaba en el 2006 para divertirse haciendo música. A nueve años de su formación, el presente los encuentra como una de las bandas más populares del Paraguay.
Por Jorge Coronel
Aquellos universitarios de 20 años —en su mayoría, estudiantes de Derecho— no encontraban mejor manera de pasar el tiempo que juntándose para ponerle música a sus experiencias y ponerse a tocar… a su manera. “Éramos una ‘antibanda’”, dice hoy Roberto “Chirola” Ruiz Díaz (31). “Algunos de los muchachos intentaron hacer algo con la música y no les funcionó mucho… ¡En ese momento éramos muy, muy malos instrumentistas!”, reconoce el vocalista. Fue cuando Mario Halley Benza (32) —hoy fuera del grupo— compuso La bandida, canción que los vio nacer y los catapultó a las masas.
Nueve años después, las cosas cambiaron. Con un público renovado, cinco discos editados, giras en el interior y exterior del país (tienen un nicho ganado en México), colaboraciones con músicos como Gustavo Cordera (ex Bersuit Vergarabat) y Emiliano Brancciari (NTVG), los Kchiporros abren el baúl de los recuerdos, alimentan nostalgias y redoblan apuestas.
AQUEL HIT
Tan amado como odiado, en su momento, La bandida fue el fenómeno viral que germinó el proyecto musical en el que lograron convertirse, después de estar en boca de todos.
–Chirola: Era un verano. Nos juntábamos a hacer ruido; era una catarsis. De repente empezaron a aparecer algunas canciones “simpáticas”, con esa misma intención: reírnos un poco de nuestra situación y, por ahí, desahogarnos también… Evidentemente, alguna inquietud musical había, que no pretendía ser nada. Y en una de esas empezamos a hacer maquetas. ¡Grabábamos en computadoras y era asqueroso! (Risas).
–Julio Troche: Salimos del colegio, pasaron dos años y nos juntamos a tocar porque Fer (Peyrat, 31) tenía un grupo que se llamaba La Sociedad. Entonces, tenía una sala de ensayo con instrumentos que quedaron ahí, del grupo ya disuelto. Fer era nuestro compañero de estudio de la facultad.
-Fernando Peyrat: Me acuerdo que, cuando Mario terminó el tema, nos pasó en un disco. Dije: “El tema está buenísimo”, y empezó la bola de que se estaba escuchando. ¡No creía hasta que un día, en el auto, de repente escuché el tema y quemé bulbo!
-Troche: Uno de los que tenía el disco era dueño de un boliche (El Santo), después pasó a ser tecladista. Ellos comenzaron a pasar la canción cuando se acababa la fiesta, porque en esa época estaba el edicto de Riera. Entonces, cortaban un poco antes la fiesta y pasaban la canción. Un día nos dicen: “Che, acá en el boliche la gente espera el final… Se les pegó y cantan”. ¡No puede ser! Nos fuimos, esperamos hasta el final de la noche —a las 2:00— y la gente empezó a cantar, ¡y ahí fue rarísimo!
DE TELÉFONO A TELÉFONO
-Chirola: Empezaron a compartir la canción por ringtones. Se le dio la grabación a un amigo que tenía empresitas de backtones y empezó a correr… Fue una “fantasía irreal”, un proceso completamente inverso. ¡Fue empezar a tocar con un hit sonando! Era una banda que tocaba una música superbailable, que sonaba horrible, pero era muy pegajosa. Y generó todo lo que puede llegar a generar un hit: mucha gente que amaba la música y muchos detractores.
Nunca busqué ni buscamos tanta sobreexposición. Fue un aprendizaje: ensayar, tocar, estudiar y el recambio que pasó en la banda. Hubo muchos quiebres: gente que salió, entró…, gente que era supuestamente clave en un primer momento tomó otro camino, pero fue providencial eso porque también nos unió como banda y concepto. La posibilidad de hacer una banda ecléctica entre banda tropical e hijo perdido del rock nacional como un intermedio.