Con una mirada fina y una aguda sensibilidad, Marcelo Martinessi presenta una minimalista y potente comedia dramática sobre la liberación femenina.
Por Jorge Coronel
Nadie puede amar sus cadenas, aunque sean de oro puro. La frase del inglés John Heywood (1497- 1580) no pierde vigencia, y contempla ese sentimiento que buscará por siempre el ser humano. En Las herederas la liberación es clave en sus distintas vertientes: la física, la social, la económica, la sexual. Los personajes navegan en la cornisa y emprenden, seguramente, el momento más importante de sus vidas.
Chela (Ana Brun) y Chiquita (Margarita Irún) son una pareja de mujeres adultas acostumbradas a los lujos de una alta sociedad. Los buenos tiempos, sin embargo, han cambiado y ahora enfrentan un momento de crisis. Tanto, que deben poner a la venta sus objetos más preciados para lograr acaso llegar a fin de mes. Las entrañables ancianas tocan fondo cuando una de ellas -Chiquita- ingresa al Buen Pastor, presa por fraude.
Sumida en profunda depresión, el mundo de Chela comienza a caer: en su paisaje convive una opacada empleada doméstica que solamente se resigna a servir. Es entonces que las rejas de la prisión empiezan a abrir otras puertas: la del alma desolada de Chela, quien empieza a vivir una verdadera revolución interna.
El abandono estatal de una pareja homosexual y la precariedad del sistema penitenciario en el Paraguay son apenas un ápice de la esencia de la cinta. Porque la revolución interna del personaje de Chela es el verdadero motor de la obra. El encuentro con Angy (Ana Ivanova) renueva su mirada, con los aires de juventud y frescura que empiezan a replantear su momento en la vida.
El Oso de Plata como Mejor Actriz de Brun revalida lo contemplado en pantalla. Cada gesto, cada mirada, cualquier movimiento o alguna palabra la mimetizan a esa señora que hoy lidia sus propios tormentos, ya en tiempos de madurez. Es cuando el ojo de Martinessi toma un vuelo trascendental, resignando textos a los subtextos de una actriz fundamental.
La picardía de Irún se impregna en Chiquita, como pez en el agua. Al igual que una versátil Ivanova, seductora por naturaleza. El trío protagónico despliega la sencillez, sutileza, dureza y espontaneidad, tan necesarios como pocas veces logrado en el creciente cine paraguayo.
La coproducción con Brasil, Uruguay, Alemania, Noruega y Francia no presenta concesiones… y tampoco más pretensiones que contar una simple historia. Como nunca antes en el cine paraguayo, Martinessi retrata una historia de mujeres olvidadas en un contexto urbano, exótico y naturalista. El peso principal -sin dudas- está puesto sobre la mirada femenina: sus dolores, inquietudes, búsquedas y desencantos. La marcada diferencia de clases también está puesta en la obra.
Con un vehículo como fundamental elemento, la refinada puesta en escena se fortalece en los desenfoques y una iluminación que denota el caos interno de sus personajes. El vestuario acorde de las sexagenarias y los decorados reales aportan el dramatismo necesario a la trama.
La deliciosa banda sonora se nutre de joyas del repertorio guaraní: -aunque en plan karaoke- no faltan Mis noches sin ti, de Ortiz y Márquez, ni una bella versión de Recuerdos de Ypacaraí, de Ortiz y Zulema de Mirkin. Todo un emblema de identidad.
Ganadora del Oso de Plata Premio Alfred Bauer de la Berlinale, Las herederas tiene todo para convertirse en un filme de culto. Una obra sobre las convicciones y elecciones de vida, sobre periodos de crisis, evaluaciones personales y tercera edad. Un gran aporte a la filmografía latinoamericana y verdadero poema a la libertad.