Con varias decenas de películas y telenovelas brasileñas a cuestas, el actor Chico Díaz visitó los estudios de ABC TV y habló de su afectos vinculados a nuestro país.
Por Jorge Coronel
Hijo del recordado comunicador e intelectual Juan Díaz Bordenave -fallecido en 2012- y de la traductora brasileña María Cândida, el popular actor nació en México en 1959, dando el gran salto de su vida y su carrera en Brasil. Su incursión en la televisión data de los años ’80, cuando aparecía por primera vez como Rafael en la telenovela Mandala (1987), para avanza con una seguidilla de proyectos que lo llevaron a la fama. Entre ellas, Doña Flor y sus dos maridos (1998), Celebridad(2003), América (2005), Paraíso tropical (2007), Amor eterno amor (2012) y, más recientemente, Viejo Chico(2016).
“Si yo tuviera que comenzar de nuevo ahora, yo no sería capaz, tal vez”, se sincera en los estudios de ABC Televisión. “Yo no quería ser actor… me parecía una carrera un poco estereotipada, un poco llamativa, apelativa”, confiesa. “Eso de querer aparecer, cuando era chico, pero en aquellos tiempos el viento me llevó. Eran tiempos cerrados de dictadura; me pareció que el área artística era más oxigenada, había baile, alegría, había un sueño imaginario posible. Me parece que mi espíritu, como punto de fuga, escogió este universo de la interpretación”.
Sus raíces con el Paraguay -a partir del amor a su tierra que le legara su recordado padre- se vinculan desde sus primeros años de infancia. “Recuerdo las vacaciones en la orilla de San Bernardino, el lago Ypacaraí; la tierrita que mi papá dejó en Altos -cuando no había asfalto todavía-. Los primos, las primas son las grandes recuerdos que tengo de la primera infancia”. De ahí que, a esta altura de su vida -a sus 57 años- se sintiera “completamente paraguayo”. “Todos los años vengo para poder reconocerme. Es importante sentir que la sangre paraguaya corre y que pertenezco a este mundo”, asegura.
La popularidad que le dio la TV también trascendió al cine; lenguaje que desarrolló en las más de 70 películas en las que participó desde 1982. “El artista de la interpretación hoy día tiene que rezar a los tres soportes”, puntualiza. “El teatro fundamentalmente, porque ahí (se) representa sin protección alguna. Tenés que rezar a la TV, que es una industria para 100 millones de personas por día, con 50 escenas sin ensayo y con un ritmo industrial y el reconocimiento en la calle… Hay que aprender eso y el cine exige la síntesis del lenguaje. El personaje tiene que ser más trabajado y la obra es más trabajada: el inicio, el medio y el final. Podés trabajar más, discutir más y tenés una o dos escenas por día. La TV, el cine y teatro… hay que tener ese movimiento para ganar una musculatura espiritual”.