Entre ovaciones, emoción y localidades agotadas, Andrés Calamaro se presentó casi a orillas del río Paraguay en una noche de homenajes. El cantante argentino renovó la pasión que despierta y se sumó a la indignación paraguaya con su protesta ciudadana.
Por Jorge Coronel
A unos metros de un río Paraguay sereno se asomaba El Salmón más rebelde y rockero del sur del continente. Los 6.000 locales, expectantes, aguardaban el momento, con el espíritu inquieto. Las localidades quedaban completamente agotadas, exactamente una hora antes de la apertura de portones.
Es sabida la fidelidad que el público paraguayo mantiene con Andrés Calamaro, ese músico de rock que hace de las suyas desde agrupaciones tan vivas en la memoria del rock argentino, como Los Abuelos de la Nada y Los Rodríguez. Era la cuarta oportunidad en la que el cantante y compositor argentino arribaba al país para un concierto, esta vez en el Court Central del Yacht y Golf Club Paraguayo.
El espíritu calamarense, entonces, volvía a tomar forma masiva como en ocasiones anteriores: en 2010, en Arena Circo; en 2008, en Rakiura Resort Day y, más atrás todavía, allá por 1998, en el León Condou.
Cuando el reloj marcaba las 22:05, el artista subía al escenario y ya daba señales de que sería una buena noche: el recordado éxito que concibió para Los Rodríguez sonaba, acompañado de las miles de voces: “Mi enfermedad”. Sentado, el artista ofrecía un momento intimista que no se había vivido en ocasiones anteriores: esta vez, desde su teclado.
Con un potente sonido y una lucidez en escena, acompañaban al artista la nueva formación integrada por sus compatriotas Julián Kanevsky y Baltasar Comotto en guitarras, Mariano Domínguez en bajo, Sergio Verdinelli en batería y Germán Wiedemer en teclados. Músicos que evidenciaron otorgar una lectura distinta a partir de sus arreglos.
El espíritu de camaradería se extendía con otros éxito, también de tiempos de Los Rodríguez: “A los ojos” –escrita junto a Ariel Rot– y “Todavía una canción de amor”, tema que escribió junto al español Joaquín Sabina. Inmediatamente, el artista empezaba a interactuar con sus músicos, mientras el público empezaba a entonar un “¡Olé, olé, olé!”.
Todavía resguardado en la intimidad del teclado, descubría los acordes de “Crímenes perfectos”, aquella intensa balada que desató gritos y coros de principio a fin. “Muy buenas noches, Paraguay. ¡Gracias, Asunción! ¡Gracias de verdad!”, eran las primeras palabras de un artista, que recibían a una noche que sería especial.