Como en el resto de Latinoamérica, Ricardo Arjona llegó al Paraguay en plan estrella: una espectacularidad visual impactante, pero un repertorio sin mayores sorpresas.
Por Jorge Coronel
Hay que reconocerle más virtudes que defectos: a lo largo de sus 28 años recorriendo escenarios se impuso en la música popular como pocos lograron en la industria. De artista callejero en la cosmopolita Buenos Aires a vender veinte millones de discos en el mundo, se denota una impronta matriz: esa capacidad de tocar la fibra popular en letras que nadan entre el amor y el desamor. Y el público, que sufre con él, ese desasosiego.
Es lo que se vio y vivió en la noche del sábado en el Estadio del Club Olimpia, cuando más de 20.000 personas llegaron al local y disfrutaron de un espectáculo de impecable despliegue visual. Imagen que contrastó con el desempeño de la producción local, que brilló por una serie de deficiencias con las acreditaciones y el espacio a la prensa: desde el retraso de acreditaciones y una ubicación para los cronistas donde la visualización y la acústica era la peor, hasta la prohibición de cobertura para Sociales.
Arjona, lo sabemos, se destaca por sus letras, que impregna en una poesía suburbana acaso pretenciosa, pero que logra calar hondo en un público femenino de la más variada edad y estrato social.
En ellas, los gritos y la emoción fueron una constante. Desde las 21:40, cuando el artista guatemalteco subió al escenario –aunque aún no visible, en plan misterioso– luego de la presencia del joven cantautor Miguel Narváez, quien había interpretado canciones propias y una versión de “Recuerdos de Ypacaraí”.
Con un editado que incluía a personajes populares de nuestras tierras americanas –desde el Chavo del 8 hasta el Che Guevara y Los Simpson, como imagen de la idolatría que tal vez el cantante manifieste ocupar–, un video daba inicio a la noche en un formato de noticiario que daba la bienvenida al show. Es el montaje del “Metamorfosis World Tour”, ya visto por más de un millón de personas en el mundo, y que acerca a su público a su reciente trabajo, “Independiente”.
Era “Vida” el tema que daba inicio al repertorio, con un editado que servía de mixtura entre celebridades y políticos (hubo lugar hasta para Barack Obama).
Una escenografía impactante cuyo centro era una pantalla gigante –con pantallas secundarias en ambos costados, también–. La plataforma de decorados podía alternarse entre canción y canción, mientras giraba la misma. De un lado, un cómodo departamento de dos pisos –no faltaba ni el dormitorio, ni la biblioteca, ni los sofás–, y del otro, un decorado moderno, circense, divertido. Digno de Lady Gaga, en versión masculina (y latina).
El público no tardó en aplaudir al cantante, mientras empezaba con“Lo que está bien está mal”. Aún sin mediar palabras, le seguían“Hay amores” y “Sin ti, sin mí”, donde empezó a interactuar de la mejor manera.
Los seguidores agradecieron “Desnuda”, aquella canción emblema que sirvió para sus primeras palabras. “¡Muy buenas noches! ¡Hace rato que no les veo!”, dijo, refiriéndose al tiempo en que tardó en regresar –su anterior show data de octubre de 2009, en el Defensores del Chaco–.
Allí aprovechó para saludar cortésmente, asegurando estar “feliz de regresar a este lugar, con los amigos de siempre, con el tereré de siempre”.