Hérib Godoy dirige «Latas vacías», ópera prima en que –con pocos recursos y bajo presupuesto– desafía sus limitaciones para construir un universo mitológico cautivante.
Por Jorge Coronel
Una gran historia. Es lo que precisa una buena película que se precie, acompañado de un relato que transmita sensaciones a cada espectador que se ocupa de verla. Y es aquí donde Latas vacías logra sacar ventaja… contra viento y marea.
Los recursos son mínimos, y eso se nota (solo para su grabación no pasaron los G. 5 millones). Filmada y producida en la ciudad de Coronel Oviedo, la película fue realizada en la medida de sus limitaciones. Pero esa precariedad es aprovechada a lo largo del relato, logrando en su dirección momentos acertados.
El filme cuenta la historia de Alfonso (Aníbal Ortiz), un joven huérfano de padre y madre que se dedica a buscar tesoros («plata yvyguy») enterrados en la época de la Guerra de la Triple Alianza (1864-1870). Tras un hallazgo exitoso, un ladrón le arrebata el tesoro y asesina a su pequeño hermano. Elipsis de por medio –siete años después–, la vida lo encuentra convertido en reciclador… y ante una nueva oportunidad de volverse millonario. Otra vez el tesoro escondido. Nuevamente, los problemas.
Con una estructura narrativa sencilla, el relato fluye al ritmo de la aventura que le marca la espesura ovetense. Los diálogos en guaraní enriquecen el guión; entre complicidades, frases pícaras y gags que definen una empatía con varios de los personajes. Palabras o frases que, traducidas al castellano, difícilmente conservan su esencia. Y es aquí donde queda claro el espíritu del filme: después de todo, estamos hablando de una historia del interior contada por la misma gente del interior. La cadencia que propone, entonces, no puede ser mejor.
Claro que hay decisiones (o defectos) que molestan. Por ejemplo, en la fotografía, con algunas disparidades –con resultado amateur– en los cambios de tonalidad. También nos costará entender ciertos errores de ortografía; como esos que encontramos en el texto inicial y en los títulos de créditos. (Señores realizadores: a falta de un corrector de estilo, un buen procesador de textos nunca está demás).