Arnaldo André debuta como director de cine con “Lectura según Justino”, un filme nostálgico y ambicioso que parte de la infancia del autor, pero que deja temas en el tintero.
Por Jorge Coronel
Su nombre es sinónimo de culebrones, género que abrazó desde la década de los ’60 con una respetada trayectoria que se prolonga hasta nuestros días en la Argentina. Lejos de los estudios de televisión, esta vez debuta como director en una película coescrita junto al guionista argentino Gustavo Cabaña.
La ópera prima de André es claramente autorreferencial: ambientada en el San Bernardino de 1955, un preadolescente de 11 años, Justino (interpretado por el debutante Diego González), debe trabajar como cartero –el primero de ese pueblo–, tras la muerte repentina de su padre (situación que ocupa la primera secuencia dramática del filme). Desde ese momento, se dedicará a entregar cartas a vecinos, muchos de ellos de origen alemán. Entre sus labores conocerá a Joschka (el argentino Mike Amigorena), un misterioso personaje ermitaño al que descubrirá en sus primeros recorridos y que lo acompañará a lo largo del relato.
Los cambios de la vida de Justino se extenderán a la escuela: deberá mudarse a una institución alemana, donde aprenderá un nuevo idioma y permanecerá bajo las órdenes de la señorita Ula (la actriz argentina Julieta Cardinali), una docente apasionada por la poesía alemana y que se convertirá en la obsesión del pequeño.
El conflicto principal de Justino será afrontar la muerte de su padre y lograr salir al ruedo con una nueva vida, fuertemente acompañado de figuras femeninas en su entorno familiar. A partir de allí, las motivaciones del protagonista girarán en torno a descubrir las incógnitas que le genera la personalidad de Joschka y captar la atención de su maestra, la dulce señorita Ula. Su relación con ambos derivará en una historia de amor que –si bien funciona– puede sentirse como una excusa para darle intensidad a un relato en el que los deseos de Justino pasarán a segundo plano.