Héroe de la canción en Iberoamérica, el cantante y compositor argentino Andrés Calamaro está de regreso. Presenta sus vínculos con el Paraguay, sus musas e inspiración.
Por Jorge Coronel
Cada vez que regresa al Paraguay lo reciben como rockstar, y él lo sabe. Desde aquel primer encuentro con su legión de fans –el 28 de febrero de 1998, en el León Condou–, el artista casi juega de local y siempre gana en afecto, audiencia y pasión. Como en cada jugada –esta vez, la quinta–, el éxito se repitió anoche con localidades agotadas en el Court Central del Yacht y Golf Club. “El público paraguayo es muy generoso conmigo, apenas nos conocemos, pero me tratan como a un hermano”, dice en una entrevista con ABC Revista. “Yo respondo honradamente y queriendo ofrecer el mejor concierto posible; ensayamos bien para brindar lo mejor del repertorio en un recital verdadero de rock genuino, con guitarras incendiadas”.
El autor de verdaderos éxitos generacionales –Mil horas, Flaca y El salmón son apenas tres ejemplos– hizo un hueco en su gira acústica Licencia para cantar para entregarse al formato acústico en Vivo Festival, evento en el que compartió cartel con los británicos The Magic Numbers y La de Roberto. “¡El show lo preparamos muy bien! Reunimos la banda y ensayamos dos semanas. Tocamos lo mejor de mi repertorio en un recital de rock y canciones genuino y auténtico, sin trucos ni trampas”.
–Entre las joyas ‘perdidas’ (y encontradas) de tu repertorio hay referencias hacia nuestro país, en canciones como Bachicha y La ranchada de los paraguayos. ¿Qué te inspira de nuestra tierra?
–El Paraguay es el gran país del norte, es un secreto que pocos afortunados en Argentina realmente conocen. Bachicha es una porción de surrealismo que reivindica los valores hispanoamericanos de la gente normal que camina por la calle, una composición metafórica que opone la idea del pequeño comercio que intenta sobrevivir a la aparición de las grandes cadenas, y eso mismo, como metáfora social del impacto de los monopolios en las personas. La Ranchada es una letra de Jorge Larrosa, una historia real de presidiarios paraguayos haciendo el rancho en una cárcel de Argentina en el momento de un motín. Un aguafuerte pictórico, una descripción cálida en un escenario complicado.
–De ser el centro de atención absoluto (confrontando con antitaurinos y la prensa rosa) a un alejamiento de la “agitación” de Twitter, ¿te cansaste de la plataforma o los tuiteros?
–Sí. Ya no entiendo la necesidad de compartirlo todo: qué estamos haciendo, qué estamos comiendo, qué escuchamos o vemos en televisión. No comparto la importancia de compartir.Entiendo que mi tiempo es mío y lo que compartimos es mucho más valioso que divulgar lo que estoy comiendo o pensando (lógicamente, creo que la comida y el pensamiento son dos grandes cosas). Tampoco es interesante saber lo que piensan u opinan los otros. Siempre hay algo atractivo, pero puedo encontrarlo en libros, discos y cine.