Más de 10.000 personas bailaron al ritmo de Kchiporros en la fría noche del domingo en la Costanera de Asunción. De La bandida a Ana Lucía, una historia de permanente crecimiento.
Por Jorge Coronel.
Aunque muchos se rehúsen a reconocerlo, Kchiporros se adelantó a su tiempo. Creada en 2006 con un par de canciones de cuestionada calidad creativa y difundida a partir de unas mediocres grabaciones, los muchachos no se detuvieron y construyeron un imperio hecho a su medida.
Marginada por músicos y público (nadie olvida los abucheos en algún que otro festival) y por el mismo periodismo musical (casi eran palabra prohibida en las Redacciones más ‘refinadas’), la banda asuncena se puso a prueba a lo largo de su crecimiento.
Producidos por dos Auténticos Decadentes (Martín «La Moska» Lorenzo y Mariano Francesccelli) primero y por Matías Chávez Méndez después, la banda despegó hacia México y se codeó con bandas y artistas locales e internacionales: Mike Cardozo, Los Caligaris, Gustavo Cordera, Emiliano Brancciari (NTVG)…
El caudal vocal de su frontman avanzó a pasos firmes, mientras el mismo Chirola descubría su nuevo rol de compositor. Con Sr. Pombero (2012), definitivamente, lo pasatista de La bandida quedaba atrás, con Tantas cosas buenas, El salto mortal y En la punta de la lengua, como algunos descubrimientos.
Los discretos escenarios empezaron a cambiarse por festivales como el destacado Vive Latino, de México, y su cancionero comenzó a trascender géneros, clases sociales y medios de comunicación. ¿Qué pasó de aquella banda marginada, con tratamiento mediocre y que -además- sonaba tan mal? La mejor lección de Kchiporros ha sido superarse a sí mismos, cambiando los defectos por desafíos y replanteando su lugar en la escena.